jueves, 5 de marzo de 2009

Canción de la Danzarina

Un cuento de Colette que amo por su danza...

"Canción de la danzarina"

¡Oh tú, que danzarina me llamas, sabe hoy que no aprendí a danzar! Me encontraste juguetona
y pequeña, danzando en el sendero y persiguiendo a mi sombra azul. Giraba como una abeja, y
mis pies y mis cabellos, color de camino, se empolvaban con el polen de un polvo rubio.

Me viste venir de la fuente, meciendo el ánfora en mi cadera, mientras, al compás de mis
pasos, sobre mi túnica saltaba el agua en redondas lágrimas, en serpientes de plata, en menudos
cohetes rizados que ascendían, helados, hasta mi mejilla. Yo caminaba lenta, seria, mas llamaste
danza a mis pasos. No mirabas mi rostro, seguías el movimiento de mis rodillas, el balanceo de mi
talle, en la arena leías la forma de mis talones desnudos, la huella de mis dedos abiertos, que
comparabas con la de cinco perlas desiguales.

Me dijiste: «Coge esas flores, persigue esa mariposa...» Llamabas danza a mi carrera, y cada
reverencia de mi cuerpo inclinado sobre los claveles purpúreos, y el ademán, repetido en cada
flor, de echar atrás, por encima de mi hombro, un chal resbaladizo.

En tu casa, sola entre tú y la alta llama de una lámpara, me dijiste: «¡Danza!» y no dancé...

Pero desnuda en tus brazos, sujeta a tu lecho por la cinta de fuego del placer, me llamaste, sin
embargo, danzarina, al ver agitarse bajo mi piel, desde mi pecho ofrecido a mis pies crispados, la
inevitable voluptuosidad.

Fatigada, anudé mis cabellos, y los contemplabas, dóciles, arrollados a mi frente como serpientes
hechizadas por la flauta.

Abandoné tu casa mientras murmurabas:

«La más hermosa de tus danzas no es cuando acudes corriendo, jadeante, poseída de un deseo
y atormentado ya, por el camino, el broche de tu vestido. Es cuando de mí te alejas, serenada y
con las rodillas temblorosas, y al alejarte me miras, en el hombro tu barbilla. Tu cuerpo me
recuerda, oscila y titubea, me echan de menos tus caderas y tus senos me están agradecidos.

»Me miras, vuelta la cabeza, mientras tus pies adivinadores tantean y escogen su camino.

»Te vas, siempre pequeña y maquillada por el sol poniente, hasta no ser, en lo alto de la colina,
más esbelta en tu túnica anaranjada que una llama vertical, que danza imperceptiblemente...»
Si tú no me abandonas, iré danzando hasta mi blanca tumba.

Saludaré a la luz, que me hizo hermosa y me vio amada con una danza involuntaria, cada día más
lenta.

Una postrera danza trágica me enfrentará con la muerte, mas sólo lucharé para sucumbir con
elegancia.

Que los dioses me concedan una caída armoniosa, juntos los brazos en mi frente, doblada una
pierna y extendida la otra, como presta a franquear, de un salto ingrávido, el negro umbral del
reino de las sombras.

Me llamas danzarina, y, sin embargo, no sé bailar...

1 comentario:

Eva dijo...

Qué hermoso, bailarina!